Una Hada, en mi cama. (Trans)

La ansiedad fue disminuyendo hasta una desazón molesta, poco a poco me fui resignando a no poseer más que la fantasía de una hada, traté de convencer mis entrañas que su anhelo nunca sería satisfecho en la realidad, casi logré meterme en la cabeza que había sido una ilusión, un espejismo, una broma pesada de mi libertino subconsciente contra mi consciente santurrón.

Pero la relativa calma se esfumó cuando volví a coincidir con ella en el transporte, y vi que mi estación pasaba otra vez frente al bus, y mis prejuicios no pudieron gobernar mi voluntad, y los instintos prevalecieron sobre la razón, y seguí en el autobús con ella y con nadie. Ella bajó donde mismo, y yo la seguí, la observé, reconocí su espalda, sus finos hombros, su cuello alargado, su rostro, todas esas partes tan mías ya. Luego la dejé que se fuera escapando hasta que su imagen se diluyó entre el gentío.

La había encontrado en el autobús de las 5:15, así que diario me apresuraba a tomarlo, y así coincidí con ella casi sin falta. Siempre viajaba de pié, salvo raras ocasiones que alguien mostraba un mínimo de educación y le cedía el asiento a la “dama”. Se apeaba en el centro comercial, cruzaba por adentro, a veces se detenía a mirar las tiendas, nunca la vi comprar nada, salía del comercio por la puerta trasera y se perdía en el laberinto de viviendas.

El final del centro comercial era mi límite, nunca me aventuré a más, hubiera sido demasiado obvio. Luego de observarla alejarse contoneándose, daba la vuelta, me iba a casa y me masturbaba. La ansiedad no había desaparecido, probablemente me acostumbré y por eso ya era menos lacerante.

Los sábados trabajamos únicamente hasta mediodía, una tarde decidí aceptar la invitación de mis compañeros a la cantina y por algunas horas pude perder mi obsesión ahí entre las bromas, el olor a ceniza y cerveza rancia. Alguien mencionó – son las 5:00pm apenas estaríamos saliendo de la planta.

Caí de pronto de mi estupor etílico, sin pensarlo me puse de pié, saque un par de billetes del sobre de mi sueldo recién recibido, los arrojé en la mesa y salí corriendo rumbo a la estación de autobuses donde apenas alcancé a subir al transporte de las 5:15 cuando el timbre cerraba las puertas tras de mí. Ni siquiera estaba seguro de encontrarla, probablemente trabajaría los sábados hasta mediodía como yo, ó ni siquiera laboraría hoy como tantos otros, la posibilidad era escasa.

Esta vez el autobús viajaba menos atestado, y pude ocupar un asiento. Iba deseando verla, esperaba que subiera, sentía ansiedad, sentía que no podría soportar no verla hasta el lunes. Fue como si mi deseo por verla la hubieran materializado en su estación con el brazo levantado solicitando la parada del autobús. Me alegré, instintivamente me cambié de asiento, dejando disponible el que estaba junto a mí contra el pasillo, ella subió, y después de una ligera vacilación, ¡se sentó conmigo!.

Estaba perplejo, me faltaba el aire, ella como si nada, jugueteaba con las teclas de su teléfono, con sus manos delicadas, de dedos alargados. Usaba shorts, alcanzaba a ver sus rodillas, finas, lisas, una sobre la otra en una posición cruelmente femenina. Con la misma femineidad rebosante, trataba de acomodar su cabello que se revolvía con el viento – es tu oportunidad de romper el hielo – creí desinhibido por el alcohol.

–         ¿quieres que cierre la ventanilla?

–         Si, por favor.

Estiré  el brazo y jalé la manija, atorada, raspando el corroído marco, rechinando, dejando caer pedazos de grasa seca y metal oxidado. Hice mucho esfuerzo, y al final pude cerrarla. Al ocupar de nuevo el asiento, rocé su brazo con el mío, provocando que una corriente eléctrica se expandiera desde mi brazo hasta mis entrañas, que me hizo temblar.

–         Gracias, pensé que no podrías cerrarla, pero eres fuerte – dijo sonriente, con su voz aguda de final sensualmente grave – ¿también vives en mi barrio?

–         Eh… no, vivo antes en “Lomas” – contesté ingenuamente a la trampa de la astuta hada.

–         Es decir, número uno: que sabes en que barrio vivo; dos: vives 4 kilómetros antes y sin embargo siempre bajas en mi estación.

Me había atrapado, me quedé sin habla por un momento.

–         Y ¿tu como sabes que siempre bajo en tu estación? – pregunté.

–         Te he visto, tenía duda si me seguías y acabo de comprobarlo.

Era inútil negarlo.

–         Disculpa – dije sinceramente – no quería molestarte, y juro que nunca fue con malas intenciones.

–         Sé que no eres peligroso.

–         ¿Cómo?

–         Siempre usas tu camisa de tu trabajo, y tu sortija dice que eres “hombre de familia”, además si fueras malo viajarías en un auto ostentoso como los mafiosos de mi barrio, y no en autobús colectivo. Esa era tu estación – señaló la ventanilla cuando el autobús lo pasaba.

–         Te acompañaré, si me permites – propuse.

Me miró  a los ojos, pensativa.

–         ¿sabes, de… mi condición? – preguntó vacilante.

–         Desde el primer día que te vi – dudé por un momento, luego me atreví – deja que te invite a tomar algo, conozco un bar muy discreto.

–         No bebo alcohol – contestó, y al ver mi decepción agregó – pero invítame un café.

Dejamos pasar también su estación, y seguimos hasta una plaza, donde nos adueñamos de una banca después de comparar helado a falta de café y comenzamos a charlar. Se llama Michelle, trabajaba como asistente de un contador, le gusta bailar, no tiene novio, su sueño es viajar a Europa, vive con sus padres y hermana, es honesta, además de inteligente. De mi casi no dijimos nada hasta que estaba ya casi totalmente oscuro.

–         ¿por qué me seguiste todos esos días? – disparó a quemarropa.

Decidí  ser sincero como ella había sido conmigo, y le conté como la fascinación por su belleza me llevó a comenzar aquellos furtivos acechos, como había quedado prendado de su aroma aquella tarde fuera del cajero automático, aquellas primeras palabras entonadas con su voz tan sensual, el hechizo del hada sobre mi carne y mi alma. El naufragio de su ausencia, la ansiedad de poseerla sin poder reclamarla, la tragedia de tantas caricias que debió recibir y se habían evaporado en mi imaginación.

Estiró  su mano y me acarició la mejilla, reconocí la mano que había tocado mis fantasías. De nuevo sentí el corto circuito respondiendo a ese roce anhelado.

Ella también distinguió mi reacción – disculpa – intentó  retirar su mano pero yo la intercepté y de nuevo la puse en mi mejilla, luego ella hizo lo mismo con su otra mano, levantó mi rostro, y acercó el suyo, titubeante, percibí de nuevo su olor a flores, su tibio aliento mezclándose con el mío, sus labios entreabiertos, sus ojazos negros conmovidos. Avancé los pocos centímetros que separaban nuestras bocas y las uní.

Pasé  mi brazo por detrás de su cuello y la atraje aún más, pegando su cuerpo al mío, la abracé por primera vez, como tantas veces la hubiera abrazado antes, y bebí su boca con esas ganas que bullían, espumeaban y se desbordaban por encima de mis tontos prejuicios y los cubrían hasta perderlos. Y ella bebió de mis labios, con una pasión desconocida, desesperada, una sensación tabú. Nuestra sangré hirvió y calentó nuestra ropa hasta hacerla insoportable, hasta hacernos olvidar todo menos la urgencia de sacárnosla y lanzarla lejos, donde no chamuscaran nuestros deseos.

El claxon de un vehículo nos volvió a la realidad. La solté y ella a mí, los dos miramos en todas direcciones buscando miradas de condena pero el parque estaba vacío – vamos a otro lado más íntimo – propuse.

Ella aceptó con un gesto que indicaba que esperaba la propuesta. Tomamos un taxi que nos llevó al centro de la ciudad, entramos a un hotelillo que yo había escogido para ella y para mí en alguna de mis fantasías. El pasillo del hotel parecía eterno, entramos en la habitación, y el chasquido de la chapa al cerrar, pareció el disparo para iniciar una carrera. Nos miramos a los ojos, entendiéndonos a la perfección, y nos abalanzamos uno sobre el otro, rodeé su cintura con mis brazos, y ella se me colgó del cuello, nuestros labios se volvieron a fundir.

El hada de mis fantasías estaba entre mis brazos, respondiendo a mis besos, disfrutando de mis caricias mil veces imaginadas, ensayadas para una escena que hasta hoy creí imposible. Caminamos abrazados los pocos pasos que nos separaban de la cama, al mismo tiempo yo le sacaba la blusa, ella me desabotonaba la camisa, nos tiramos en la cama, donde solo interrumpíamos la exploración de nuestros cuerpos para liberarnos de la estorbosa ropa, su piel era tan suave como la había imaginado, su roce contra la mía provocaba mil sensaciones, placer, miedo, gusto, culpa, ganas, recelo.

Pero ya nada me detendría, bebería esos labios y me regodearía en esa piel deseada. Los obstáculos indumentarios terminaron se ser expulsados y la pude sentir plena, mi mente no había tenido la capacidad de imaginarla: su figura menuda, las formas que lo delimitaban eran las de una diosa, torso espigado que disminuía hasta llegar al valle de su brevísima cintura que luego fluía hasta unas caderas femeninas, su trasero era tal vez menos voluminoso de lo que mis influenciadas fantasías habían imaginado, pero era redondo, paradito estrecho, de firmeza juvenil. Y la piel que los envolvía era suave, como acariciar el más delicioso cojín de seda.

Ella también estaba gozando, sus delgados brazos rodeaban mis hombros, y sus manos escuálidas se aferraban a mi espalda. Luego me empujó hasta ponerme boca arriba y se montó sobre mí, sus labios se escurrieron de mis labios, por mi mejilla, luego a mi cuello, nunca me habían besado así, luego fue bajando por mi pecho, mi esternón, mi abdomen, se entretuvo unos maravillosos segundos en mi ombligo. Luego una mano tocó mi pene, acariciándolo primero, rosándolo, por encima, luego agarrándolo, ya estaba duro, su mano lo rodeo y apretó ligeramente, comenzó a mover de arriba abajo, pelándola.

Luego bajó  la cabeza, que me estorbaba para ver lo que hacía, pero sentí sus labios húmedos en la punta de mi glande, y el tronco sujetado por su mano, apretando la base, y cosquilleando con su boca en la punta, también con su lengua lamía la cabeza y me provocaba escalofríos al estimular la sensible carne con la aspereza de su apéndice bucal.

Luego sentí  la frescura mojada de sus labios rodeándome la verga, y la calidez de su boca, cubriendo la cabeza, volví a sentir los calosfríos recorriéndome el cuerpo, mientras su lengua cosquilleaba alrededor, sentí la succión, y mi verga se introdujo mas, casi hasta la garganta, sentía la suavidad de sus mejillas interiores, que contrastaban con el delicioso frote de la severidad de su lengua. Comenzó a mover su cabeza repetidamente de atrás a adelante, haciendo que mi verga entrara y saliera de sus labios, y a la vez succionando, me puso en el cielo, primero lo hizo de forma natural, luego se fue haciendo más rápida en sus movimientos, provocando un mayor frote, combinado con la sensación de mojada ventosa de su boca – espera, todavía no quiero venirme. Le dije retirando su cara de mi pene, ella regresó sus labios a los míos. Y seguimos con el sensual agasajo.

Luego yo la empujé a ella y la acosté sobre su espalda. Ahora fui yo el que deslizó los labios por sus mejillas tersas, luego su cuello, largo y pulido, sus hombros endebles, femeninos, la protuberancia de sus clavículas, y abajo, sus pechos, que no eran los pequeños pechos de niña que había imaginado, sino unas hermosas colinas redondas y suaves, la medida perfecta para mis manos; Coronadas con unos botones morenos enrojecidos, erectos, que mis labios engulleron, chuparon, apretando ligeramente la punta con los dientes, los vellos de su espalda se erizaron.

Abrió  sus piernas y me metí entre ellas, luego rodearon mis caderas, y me aprisionaron contra su abdomen, seguí devorando sus pechos y acariciando su espalda. Luego tomó mi mano, y se la llevó a la boca, comenzó a lamerla, sentí su aliento agitado entre mis dedos, luego abrió la boca y se metió mi dedo medio y lo chupó, me excitó, era una caricia desconocida para mí, pero que tenía una segunda intención. Bien mojado lo sacó de su boca, dirigió mi mano entre sus piernas, se lo llevó al ano, y me indicó que empujara.

Sentí  la calidez de la grieta de sus nalgas, y en la punta de mi dedo su esfínter, revestido por esa carne firme, pero suave, esos pliegues concéntricos, fruncidos, la respiración del hada se agitó. Empujé el dedo, su culito se resistió ligeramente, pero fui moviendo el dedo empujándolo, la saliva que lo cubría facilitó la introducción de la punta, el hada entre mis brazos tembló. Sentí en mi falange la presión de su esfínter, fui metiendo el dedo con ligeros movimientos a los que la sensual hada respondía con resoplidos, comencé a mover el dedo dentro de ella, la espalda del hada se arqueó, sus ojos cerrados, concentrados en las delicias que mi dedo le daba. Luego decidí tomar iniciativa, y acompañé mi dedo medio con el índice, empujándolo también dentro de su culo – aahhhh. Esta vez fue más bien un suspiro apagado.

Con el otro brazo sostenía su cuerpo, con mis labios y mi lengua le chupaba los preciosos pechos, la otra mano se perdía entre sus piernas, indicando que mi mano se tomaba las libertades que ella me había solicitado. Ella misma extrajo mi mano fuera de sus muslos, y atrajo mis labios a los suyos. Luego levantó las piernas lo mas que pudo, dejando expuesto su trasero, que movió bajo mis caderas buscando colocar su rendija en mi pene, el cual fácilmente encontró alojo.

Ella se escupió  un poco de saliva en la mano, y cogió mi verga, untándosela en la punta, luego la agarró con la mano y la dirigió al acceso de su trasero. Sentí en la punta el calor de sus pliegues, y la humedad del conducto que estaba por perforar. Empujé, su cuerpo opuso resistencia, seguí empujando, poco a poco su ano fue cediendo, abrazando la punta de mi verga. Su esfínter era un anillo elástico que se acoplaba muy justo al creciente diámetro del trozo de carne rígida que se deslizaba por su interior, empujado por mis caderas que mediante movimientos repetitivos embutían el tieso puntal en el culo del hada; que gemía abstraída por las sensaciones que le daba – ahh ahh ahh. Exclamaba respondiendo a cada empuje de mi mástil.

Estos movimientos surtieron efecto, ayudados por la previa dilatación del agujero con mis dedos. Empotré la verga hasta que mis testículos chocaron con sus nalgas. Ella estaba debajo de mi, con sus dedos aferrados a mi espalda, su rostro descompuesto por la penetración, sus pupilas se habían girado hacia arriba mostrando casi únicamente el blanco de sus ojos, su boca muy abierta, sorprendida, aspirando hondamente. Sus pechos redondos subían y bajaban cuando su tórax se expandía y contraía agitado por la respiración; su delgado torso bajo el mío, sus delicados y frágiles hombros de un moreno claro, contrastaban con el blanco de las sábanas.

Luego jalé  hacia atrás mis caderas, extrayendo de su recto mi palo mojado –  aaaahhh. Suspiró hondamente, luego volví a empujarlo – aaaagggghhh. Esta vez fue una exclamación, profunda, que nació de su alma, que se comunicaba con la mía mediante la danza de nuestros cuerpos. Luego la volví a meter, y luego a sacar, y así seguí moviéndome, metiéndome en sus entrañas, penetrándolas, dándome gusto con la estrechez de su recto, sus dedos seguían aferrados a mi espalda, sus uñas se clavaban, pero me gustaba porque me hablaban de el éxtasis que sentía. Su espalda se arqueaba hacia atrás, sus piernas abiertas dejándome penetrar sus más íntimas partes.

Este conducto era más estrecho a lo que yo estaba acostumbrado, el esfínter era más justo, y masajeaba mi verga rodeándola y apretándola, provocando un máximo de excitación. El cuerpo del hada se retorcía entre mis brazos, sus piernas rodeaban mis caderas  jalándome hacia ella, invitándome a seguirle dando las deliciosas cogidas. Sus brazos rodeaban mi espalda, aferrada a mí como una enredadera.

De repente su respiración se hizo más agitada, sus uñas se clavaron mas profundo, sus piernas apretaron mis caderas más fuerte – oh si, cógeme, cógeme más duro, métemela, métemela hasta el fondo. Exclamó, le hice caso y comencé a penetrarla más rápido y fuerte, mientras ella bajo de mi se retorcía y emitiendo una profunda exclamación – aaaahhhhyyyyy. Sentí en mi abdomen el caliente semen que brotaba a chorros de su pene aprisionado entre nuestros cuerpos.

– Ahh, ahh, ahh, resoplaba con la mirada perdida – quiero que te vengas en mi culo. Me dijo empujándome hacia arriba para cambiar de posición.

Se puso a cuatro patas en la cama, era de verdad hermosa la visión de esa hada, su cuerpecillo, esas caderas que apenas se ensanchaban en un trasero redondo y liso, partido a la mitad, paradito, ofrendándome su ano, dilatado, hinchadito, colorado. Me arrodillé detrás de ella, lubrique la punta con saliva, apunté mi pene con la mano, y empujé el casco, que perforó su abertura, ahora de mi propiedad, esta vez la penetración no fue tan difícil, y de un solo empujón se la metí casi toda – aaaahhhhh. Exclamó dolorosamente el hada, pero ahora era mía, y la poseería a mi manera, de otro empujón junté mi velludo pubis con sus hermosas y suaves nalgas – mmmhhh. Gimió echando la cabeza hacia atrás, agarré su breve cintura con mis manos que parecían enormes aferradas a su juvenil delgadez, luego halé su cuerpo doblado hacia mi, haciendo que mi verga se sambutiera de nuevo hasta chocar mis caderas contra sus nalgas, de nuevo gritó – aaah si, así cógeme duro. Luego se la saqué y se la volví a clavar duro, y así repetí la operación, haciéndola rebotar contra mis caderas, provocando que nuestras pieles chocando palmearan sonora y acompasadamente (¡clap, clap clap!), formando una melodía acompañada por sus exclamaciones extasiadas – oh, oh, ahhh ahhh haay. Gritaba y me decía cosas que ninguna otra mujer me había dicho, cosas sucias que me excitaban y me hacían esmerarme en la intensidad de la cogida que le estaba dando a esa hada cachonda y sensual al extremo – cógeme, si, así, fuerte, la siento toda adentro, muy dura, quiero tu leche en culo. Decía la mujer que estaba poseyendo y que deseaba entregarse a mí de la forma que yo quisiera.

Sentí  que en mis entrañas comenzaba un incendio vertiginoso, un fuego que me consumía, y que era avivado por la imagen del cuerpecillo delgado y moreno del hada chocando de nalgas contra mis caderas, y mi correoso falo mojado desaparecía entre el hinchado ano que lo alojaba de forma constreñida. Y más azuzaba ese fuego las palabras cachondas de esa hada de efervescente sexualidad – toda, métemela toda, fuerte, así ahh ahh aaaaaah papito si, dame tu leche. Y se la di, una marejada caliente hirvió en mis entrañas, un calambre atiesó cada músculo de mi cuerpo, y dándole unas metidas briosas me dejé vaciar en sus entrañas, chorro tras chorro de semen caliente le brindé al hada de mis sueños. Hasta yo me sorprendí de la intensidad del orgasmo con el que vacié mi simiente, y de la cantidad de semen que expelí.

Así como se encontraba, empinada frente a mí, se desenchufó de mi cuerpo y se tiró de panza en la cama, yo de igual forma, me desplomé junto a ella exhausto, resoplando, tratando de jalar aire de forma desesperada, y sorprendido por las sensaciones que acababa de disfrutar. Ella giró su rostro y me miró, sonrió y yo le respondí – ¡wow!. Fue todo lo que pude exclamar, se acercó a mí y se enroscó entre mis brazos, yo no me quería mover para evitar deshacer la sensación de plena satisfacción que me abrumaba.

Poco a poco, con su cuerpo junto al mío, y sintiendo su calor y su respiración en mi piel, me fui calmando, relajando, sentí que no tenía prisa de llegar a ningún lado, ni la necesidad de ir a otro lugar que no fuera ahí mismo, en esa cama que era nuestra por esa noche, y al lado de el hada que había cumplido mis fantasías, el sueño venció mi conciencia y dormí.

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2 respuestas a Una Hada, en mi cama. (Trans)

  1. LIAMAN dijo:

    WOW!!!
    EXCELENTE MICHELLE,FELICIDADES!!!!!

  2. rodolfo dijo:

    muy muy buena narración, que manera de expresarte. te felicito.

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